Escribir... ¿para qué tomarse la molestia?
Una pregunta clave con una respuesta elusiva — Didion, Orwell... — Alberto Chimal y la FILEM 2024
Un escritor autopublicado compartía, el otro día, su experiencia con el proceso de dar a luz su primer libro. Mostró, en realidad, la portada de dos volúmenes de relatos, cada uno proveniente de distintas editoriales. Palabras más o menos, la cosa había sido así: encontró una editorial, realizó los trámites, recibió los tomos y los promovió entre amigos, familiares y espacios a los que tenía acceso. De uno, explicó, había logrado recuperar la inversión. En cuanto al otro, todavía estaba en el camino de alcanzar ese objetivo.
Sin embargo, hubo un momento en el que dijo algo que, me parece, resume en gran medida la frustración (?)1 detrás de la experiencia de publicar un libro. Parafraseando lo que compartía, era algo como que, sin importar el hecho de que había logrado recuperar parte de lo invertido en la edición, el problema era que nadie los leía. Sí, familiares y amigos compraban los libros pero, cuando les preguntaba si ya lo habían leído, la respuesta que recibía con regularidad era un no.
Yo no he publicado un libro ni me siento más cerca de hacerlo. Las únicas dos cosas que han aparecido en algo con ISBN son un pequeño poema gótico en una novela autopublicada por una escritora (creo) del otro lado del océano —texto muy difícil de conseguir en ninguna parte, por cierto— y, en segundo lugar, una breve colección de poemas en un libro colectivo —ese sí, más fácil de conseguir pero que, en lo que respecta a las páginas por mí firmadas, vale bien poco la pena leer… o quién sabe—.
Siendo tan difícil captar la atención de cualquier persona, ¿para qué demonios escribir en una época como esta?
Yo escribo porque…
«En muchos sentidos, escribir es el acto de decir Yo, de imponer el uno mismo hacia otra persona, de proclamar ‘escúchame, míralo de este modo, cambia tu mente’. Es un acto agresivo, incluso hostil. Puedes disfrazar esta agresividad todo lo que quieras (…) pero no cambian el hecho de que poner palabras en un papel es una táctica de hostigamiento secreto, una invasión, una imposición de la sensibilidad del escritor en el espacio más privado del lector.»Joan Didion
Hace unos meses, cuando decidí que debía tomar talleres literarios para mejorar mi escritura, tuve la primera sesión con Aura García-Junco en la que recomendó leer el breve ensayo Why I Write de Joan Didion, de donde proviene la cita que abre este apartado.
Aura también nos solicitaba, en el ejercicio de esa primera sesión, hacernos la misma pregunta y ensayar una respuesta. La mía recordaba —o me obligó a recordar—2 justo mis primeros intentos con la tarea de contar una historia. Si debo decir algo al respecto, diré de momento que se trataba de fan-fiction y que, como se puede ver, la cosa no quedó ahí.
Como sea, la pregunta, simple como es (¿por qué escribo?) se ha quedado cincelada en mi mente a partir de ese ejercicio y me he descubierto reflexionando, una y otra vez, en una posible respuesta.
Lo cierto es que no he logrado encontrar alguna que me satisfaga. Lo groseramente cierto es que no tengo todavía la respuesta.
A veces, creo que escribo porque quisiera producir en alguien que lea una de las historias al menos una fracción de lo que siento al escribirlas. Pero eso parece más bien un efecto y no la causa de lo que me llevó a escribir en un primer lugar. Así que no me parece que sea la solución al problema de fondo.
Si tomara en cuenta lo que ya he dicho antes, lo difícil que resulta no solo escribir, sino publicar y, además, lograr que lo publicado se coloque en un circuito donde tenga la posibilidad de ser leído, cualquier objetivo último del acto de contar historias se vuelve todavía más esquivo y convierte a la motivación ya sea en algo más terrenal y por lo tanto desdeñable o bien elevado y por lo tanto inalcanzable.
¿Qué dice Joan Didion con respecto a todo esto? No sé. Las últimas palabras de su ensayo parecen sugerir que la pregunta es en sí la respuesta.
Joan recuerda el origen de una escena que ocupará un momento importante en una de sus novelas. La experiencia se originó durante una escala en el aeropuerto de Panamá mientras se dirigía a Colombia. Ve a una mujer y empieza a imaginar una historia. No toda la historia, sino una que está comenzando. Con mucho porvenir pero más detrás de ella. Así que, cuando empieza a escribirla, la escena se desarrolla incluso antes de que sepa qué elementos a su alrededor la han detonado ni a dónde la conducirán.
«¿Quién es este narrador? —se pregunta Didion al rememorar el proceso del que germinó la historia— ¿Por qué este narrador me está contando esta historia? Déjame decirte una cosa sobre por qué los escritores escriben: si hubiera sabido la respuesta a cualquiera de estas preguntas nunca habría necesitado escribir una novela.»
La pregunta que interroga por el motivo de escribir es, entonces, su propia respuesta. Joan escribió para saber qué ocurría en esa historia que empezó a nacer, justamente, mientras la escribía. Saber por qué.
Orwell: de la estética a la política
El ensayo de Joan Didion retoma —y ella así lo expone— el título de otro ensayo, este escrito por George Orwell. Para el autor de Rebelión en la Granja y 1984, existen cuatro grandes motivos para escribir prosa: el egoísmo absoluto o lo que es igual, el deseo de trascendencia, el entusiasmo estético del que ningún texto se debería alejar, el impulso histórico o una forma de comprensión de la realidad y, el propósito político, del que ningún libro debería apartarse.
Orwell confiesa en el ensayo que Rebelión en la Granja es el primero de sus libros en los que los objetivos estéticos y propósitos políticos se conjugaron reflexivamente en su quehacer literario. Y concluye afirmando: “cuando no tuve un propósito político, escribí libros carentes de vida”.
Escribir sería, entonces, también, un acto político. Una toma de posición.
En este aspecto, Didion y Orwell coinciden en la forma en que nos explican las razones por las que un escritor cualquiera escribe. Si el acto de escribir, como dice Didion, es una transgresión en la que el punto de vista del escritor busca imponerse al lector, se trata, entonces, tal como dice Orwell, de un acto con propósitos políticos.3
Vale la pena, creo, cerrar este apartado con una cita del propio Orwell:
«Escribir un libro es una lucha horrible, exhaustiva, (…). No se debería emprender jamás una tarea así si no se siente estar dominado por un demonio al que no es posible resistir ni comprender. (…) No puedo afirmar con certeza cuáles de mis motivos son los más sólidos, pero sé cuáles merecen ser seguidos.»
Entonces, cualquiera que sea la respuesta, una cosa parece clara. En tanto no se pueda resistir la tentación —la pulsión, la necesidad, la ambición— de contar una historia, la única opción que queda es escribirla. Y quizá en la consumación de ese acto de rebeldía la pregunta quedará resuelta.
SERENDIPIAS
Estoy viendo de nuevo Slow Horses, un thriller de espías disponible en Apple TV+. La serie va por su cuarta temporada pero decidí empezar de nuevo porque, en su momento, solo vi la primera.
Quizá no seas fan de las historias de espías ingleses pero Slow Horses podría convencerte de lo contrario. La historia sigue a un grupo de operativos del MI5 caídos en desgracia y que han sido asignados a El Refugio, un cuartel de operaciones que hace absolutamente nada. Es el lugar de castigo adonde van a parar los indeseables. El mayor de ellos y su director es Jackson Lamb (Gary Oldman), un antipático espía de la vieja escuela que parece no tener la menor preocupación por el trabajo que hace.
A pesar de ser los “caballos lentos” de la agencia, el equipo se verá involucrado en una operación especial en la que el ácido humor de Lamb dará pistas de que no es el despreocupado agente que parece.
Además de un gran reparto, Slow Horses tiene una gran bondad: gancho. El primer capítulo ofrece suficiente información y oculta la necesaria para darnos una idea de sus personajes, además de que establece la situación con velocidad para abrir el suspenso que conduce la acción a lo largo de los ocho capítulos de la temporada.
La serie ha sido, por supuesto, un éxito y está entre los proyectos de más largo aliento en la plataforma. Parte de ello se debe, por supuesto, al rol que Gary Oldman lleva.
Pero insisto. Tiene eso que se agradece en una serie a la que vas a dedicar ya sea un maratón o días sucesivos para devorarla: contar bien la historia.
¿Ya la viste?
ONOMATOPEYAS
En días pasados se dio a conocer al autor que será galardonado con el premio de la Feria Internacional del Libro del Estado de México y el premio recayó en uno de nuestros favoritos, Alberto Chimal.
La noticia cae bien por varios motivos —ya nos imaginamos un poco cómo debió caerle al propio Chimal— pero, creo yo, uno de ellos es que pone en un lugar destacado —y además, merecido— no solo la obra de Alberto Chimal sino a la ficción especulativa en general, a la latinoamericana por extensión y a la mexicana de forma muy particular.
Chimal (Toluca, 1970) ha escrito novela, cuento, ensayo, teatro, poesía, entre otros géneros. Es además un promotor muy activo junto a Raquel Castro —a quien ya nos hemos referido en este espacio— y un formador de escritores con talleres constantes de novela.
La primera novela de Chimal que recuerdo haber leído fue La Torre y el Jardín (Océano, 2012). Pero su obra se extiende en múltiples volúmenes de cuento, además de narrativa gráfica y traducción.
El premio que la FILEM le otorga se suma a otros reconocimientos como el Bellas Artes de Narrativa “Colima” (2014), el Internacional de Novela Rómulo Gallegos por La Torre y el Jardín en 2013, entre muchos otros.
Así que, Felicidades al profe Alberto Chimal y mucho éxito en la FILEM 2024 que se realizará en Toluca, Estado de México, del 4 al 12 de octubre próximos.

Gracias por acompañar estas Serendipias y Onomatopeyas de la semana. Si escribes, ¿te has hecho la pregunta sobre el por qué?
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¡Nos leemos la próxima semana!
En realidad, no sé si la palabra “frustración” exprese de forma adecuada el sentimiento que traslucía la experiencia de este escritor. Quizá más que eso había cierta decepción. O tal vez fuera desesperación. Pero hay mucho de amargo en escribir algo que, al final de cuentas, nadie, ni las personas más allegadas a ti, leen.
Los últimos meses, en paralelo con mis intentos de contar historias, me he encontrado con recuerdos que tenía archivados en los cajones más recónditos de mi mente. Algunas de esas memorias han dado lugar a relatos, algunas de las cosas más íntimas que he escrito. Lo curioso es que nunca había recurrido a ese tipo de viñetas para escribir.
No debería ser necesario pero tampoco deja de ser importante señalar que lo político no refiere a la política. Que político, en un sentido más amplio, apela a una forma de comprender y construir el mundo. Y que esto implica, en la literatura como en todos los demás ámbitos, un juicio no solo sobre cómo es sino también sobre cómo debería ser —al producirla mediante el lenguaje— la realidad.