“Una especie de cosa” o el difícil trabajo de describir
Una buena descripción no requiere aclaraciones | “No hay dos personas que entren a la misma habitación”: Katherine Dune
Hace unas semanas me dediqué a revisar borradores viejos ocultos en carpetas dentro de carpetas en el disco duro de la computadora. Esa revisión me llevó a los buzones de correo electrónico y, eventualmente, al viejo blog Serendipias y Onomatopeyas donde revisé la sección de “Borradores”; ahí había una larga lista de entradas a medias o des-publicadas. Dios, ¡cómo odié leerme! Había al menos un par de textos que aún me gustaron pero, por lo demás, quise borrarlo todo. O casi.
Textos que no llegaban a ninguna parte, personajes sin historia, voces sin profundidad, conclusiones sin clímax, todas esas cosas que, cuando las leo, las detesto. Hay una en particular que ha empezado a desesperarme de un tiempo a la fecha: las descripciones que me obligan a preguntarme qué, cómo, por qué.
Hace unos días, leyendo Consider This de Chuck Palahniuk, el autor de The Fight Club recordaba uno de los mantras aprendidos de Katherine Dune: “No two people ever walk into the same room”. No hay dos personas que entren a la misma habitación.
Imagina que llegas a un museo pero no lo haces solo, has invitado a alguien, a esa persona que te distrae de los pensamientos fatalistas que sueles tener mientras las horas de tu turno en el trabajo avanzan como si no quisieran irse. Ha aceptado salir contigo y, ¿qué se te ocurre? Llevar a esa persona al museo. —¡Jamás la invitaría al museo! Bueno, eso ya lo sabemos, eres una persona divertida y quizá sería el cine, un buen restaurante, un bar exclusivo. No es lo que importa. Sigamos con lo del museo—. ¿Qué crees que verá esa persona en cuanto den juntos su primer paso en la exposición permanente? Tanto tú como esa persona verán pinturas, esculturas, gente caminando por los pasillos. Pero también verán todo eso de forma distinta. Quizá, para ti, lo importante sean las altas paredes y las amplias salas que evitan que el aire se estanque, lo que te ayuda a olvidar el calor de la calle, pero esa persona a tu lado, ¿a qué “habitación” entra?
No es fácil. El propio Palahniuk lo dice. Tiene su truco. Cuando leí lo que el autor de “Tripas” decía sobre la descripción, entendí por qué algunos textos que he leído en las últimas semanas me han irritado a tal grado que he llegado a tener conversaciones con ellos que tienen más reclamos de los que le haría a mi padre si acaso lo viera.
Una especie de…
Quizá una de las formas de descripción que más chocantes he encontrado es la que utiliza la frase “una especie de”.
El héroe llega a un sitio, ¿es una cueva natural, un túnel, un claro en el bosque, un pasillo dentro de un edificio? No, es “una especie de bodega”. Ojo a esto: no es una bodega, no parece una. Solo es “una especie de”. ¿Cuántas especies de bodegas conoces?
El personaje entra y como el lugar es “una especie de” algo, en lo único que puedo pensar es en ese algo que se ha mencionado pero que no es. Sin embargo, otra cosa me distrae porque cuando el héroe se encuentra con otra persona, esta se cubre el rostro con “una especie de máscara”. ¿Qué? ¿Qué tipo de máscara, cómo es, qué es lo que oculta, a qué te recuerda, qué función parece cumplir, por qué llama tu atención? ¿Son tan infrecuentes las máscaras en el mundo que habita este personaje como para que eso sea importante? Cualquiera que sea la respuesta, quiero una, no “una especie de” respuesta.
Sí, concedamos que lograr una descripción potente es una tarea difícil, pero es precisamente por ello que recurrir a comparaciones incompletas o recursos que obscurecen el significado de lo que se describe, requieren de nuestra atención como creadores. Es más trabajo, pero creo que todos buscamos una recompensa mayor cuando nos enfrentamos a la hoja en blanco: producir un acto de magia. Y no hay nada de mágico en recurrir al atajo de una descripción perezosa.
A veces, la magia surge de la precisión con que se describe, por ejemplo, Joseph Conrad escribió:
«Frente a él, la vela de sebo llameaba roja y esbelta, despedía un leve hilo de humo negro. La luz se posaba sobre la piel tostada y curtida de su garganta, y sus mejillas hundidas dibujaban trazos en la oscuridad; tenía un aspecto de lúgubre impasibilidad, como si estuviese rumiando con mucho esfuerzo una enorme cantidad de ideas.”
Este fragmento de “Los idiotas” es casi cinematográfico. ¿Logras imaginar la luz y la forma en que cae sobre esa piel? ¿En qué piensas cuando te dice que el personaje, imperturbado, lucha con sus pensamientos?
En “Las cosas que perdimos en el fuego”, Mariana Henríquez tiene momentos descriptivos que, aunque breves, tienen la capacidad de producir imágenes que se quedan grabadas. Piensa en lo que ocurre cuando lees este párrafo de “El chico sucio”, el cuento que abre ese volumen.
«La madre del chico sucio abrió la boca y me dio náuseas su aliento a hambre, dulce y podrido como una fruta al sol, mezclado con el olor médico de la droga y esa peste a quemado; los adictos huelen a goma ardiente, a fábrica tóxica, a agua contaminada, a muerte química.»
La descripción de ese olor, el de la mujer y el de su boca, casi se convierte en una acción mientras la idea te va envolviendo. Y eso quizá ocurre porque no hay lugar para ambigüedad. Si en la historia, la narradora hubiera dicho que la boca de la madre del chico “apestaba como una especie de cloaca”, te pierde. ¿Huele a mierda, a drenaje, agua estancada, basura? ¿A qué? No lo sabemos. Pero si huele a “hambre, dulce y podrido como una fruta al sol”, entonces, la imagen surge. No es lo desagradable de la cloaca lo que produce la función descriptiva, sino que cuando has olido una fruta al sol, no es la misma fruta que los demás, no es la misma fruta que la narradora de la historia, pero ambas son capaces de reconocer ese aroma en cuanto piensan en él. [Quizá pudo detenerse después de “goma ardiente” pero, vamos, unas cosas por otras].
Contar una historia es fácil. Todos contamos historias todo el tiempo. Pero si lo que buscamos es producir esa magia que ocurre cuando las palabras caen en el lugar correcto, usar las palabras “como una especie de atajo” quizá nos lleven por un camino que no deseamos recorrer.
Serendipia
“El creacionista” es una revista editada por Alma A. C. Carbajal Guzmán y ha logrado más de 60 números publicados. Por eso me ha llamado la atención el hecho de que no haya caído antes en mi radar. Lo que pasa, supongo, es que no la estaba buscando.
Como eso pasa muy seguido, que no buscamos cosas a las que quizá querríamos echarle mano, he decidido compartirte que la revista digital reúne a decenas de autores en cada una de sus ediciones mensuales. Labor que me parece titánica.
Narrativa y poesía son el núcleo de las colaboraciones que “El creacionista” recibe, pero también hay lugar para el ensayo y la gráfica. El índice parece ser siempre amplio y el espacio, generoso, por lo que uno puede encontrarse con agradables sorpresas en sus páginas. Su número más reciente es el 66 y puede descargarse desde su página.
Onomatopeya
Nombre original del texto: “Home, sweet home”
Publicación original: mayo 2010
Renombrado: “Sin público presente”
Eché un vistazo hacia el pasillo pero era inútil, sin importar cuánto lo intentara, no lograba ver hasta donde llegaba. Aunque no había señales de alumbrado por ninguna parte, me parecía obvio que estaba iluminado pero no por luces eléctricas, más bien era como si una luz negra recorriera las paredes y dieran a los ángulos del pasillo la apariencia de entrada a un antro.
Con el dedo meñique, lancé el mechón de cabello detrás de mi oreja hasta que estuve segura de que el peinado se mantenía en su lugar. Cuando volteé hacia un lado y luego, hacia el otro, descubrí que no había nadie ahí que notara aquel gesto. A los chicos les encantaba y las chicas lo envidiaban. Nadie tiene un peinado como el mío.
Estoy segura de que algo ilumina el pasillo, quizá el golpe me impide ver una tira de luces led ocultas en el marco del corredor. Esas cosas están de moda. De hecho, cuando doy un paso hacia allá, siento cómo mi ropa refleja esa luz.
No hay nadie alrededor pero igual debo sonreír. En cualquier momento puede asomarse alguien a ver qué ha ocurrido. Sonrisa, acomodar el mechón detrás de la oreja, sonrisa otra vez. ¿Por qué no hay nadie? Esto es odioso. Nadie para verme sonreír, para ver estos gestos, para decirme lo bonita que luzco. O al menos para lanzarme una mirada que quiere asesinarme por pura envidia.
Esto es desalentador. Nunca me había sentido tan sola. Al menos, mis zapatos lucen bien sobre este piso, casi puedo ver mi reflejo pero es solo eso, mi reflejo solitario, sonriendo. ¿Así se ve siempre mi sonrisa? Mis labios parecen tensos y el arco detrás del cual se ocultan mis dientes parece una cicatriz estirada forzando mi rostro. Es odioso.
El pasillo es tan atractivo ahora que lo veo mejor, se siente como si alguien me esperara del otro lado, gente que desea ver mi sonrisa, mi cabello con el mechón castaño en el lugar exacto detrás de mi oreja. Voy a caminar, a dejar atrás ese rostro en el piso, tan tranquilo, junto al cuerpo sin vida que una vez fue mío.
CODA
El texto original no me gustó y este es un intento de reescritura. En un inicio, estaba escrito en tercera persona y se planteó a partir del título de la canción de Mötley Crüe —lo que me hace recordar al buen Luis Daniel Pulido, quien tiene a esta entre sus bandas favoritas—.
El verso que da origen al original es “I’m on my way, home, sweet home”. Claro, la canción y el texto no tienen nada qué ver entre sí, pero en aquellos tiempos del Blogger yo solía recurrir a ese viejo truco: poner una canción aleatoria (creo que en aquel tiempo todavía se usaba Winamp, ¿qué se yo? Algo así) y tratar de seguir el ritmo o dejar que este evocara alguna imagen.
Ahora, aunque ni la idea ni su desenlace me gustaron cuando releí el texto hace poco, decidí probar un poco de reescritura. Este tema, “re-escribir” me trae un poco de cabeza porque es como el elefante en la habitación del artista. Creo que deberíamos hablar más de esta fase del proceso creativo y de cómo, más allá del mito de la genialidad en la que una sesión de escritura produce la obra maestra, la creación —en cualquiera de sus formas— tiene también una faceta de destrucción de aquel primer vistazo a la superficie de la obra, de la que se hace emerger algo que de ningún modo pudo haber surgido en un momento de inspiración divina.
Ahora, esta Onomatopeya le da la oportunidad a cualquiera de decir, “y este que se queja de otros creadores, ¿es lo mejor que puede dar?”. Pues bueno, de momento “una especie de respuesta” es que sí. Pero somos obra en proceso.
Gracias por llegar hasta aquí. Si no te has sumado a la lista, te invito a suscribirte. Cada semana, al menos en una ocasión, estaré visitándote con alguna reflexión en torno al proceso y la escritura creativa desde mis muy rudimentarias herramientas y muy dispersa experiencia. También estaré compartiendo algunos textos, borradores de cosas en proceso y en raras ocasiones, algún poema (esto será lo más esporádico, te lo prometo).