El libro de amatista – Cuento
Un libro que no puedes (literalmente) dejar de leer – Cuenta regresiva
Voy a omitir los saludos de rutina porque esta carta habrá llamado tu atención, en primer lugar, por el tiempo que llevamos sin estar en contacto y, en segundo, por el paquete al que va anexa. ¿Un libro? Te estarás preguntando, sobre todo al darte cuenta de quién es el remitente. Puedes estar seguro de que no me equivoqué al elegirte como destinatario. Ni siquiera fue necesario pensarlo demasiado. Ahora, después de todo lo ocurrido, estoy seguro de algo: yo solo he sido un instrumento para convertirte en el siguiente propietario. Y, cuando pienso en ello, me doy cuenta de otra cosa: mi sufrimiento ha valido la pena.
El libro que tienes en tus manos llegó a mí de una forma similar. Un día recibí un paquete con una carta muy parecida a la que estas leyendo. No conocía al remitente y tampoco me dijo cómo había obtenido mi nombre y dirección. Pero todo lo que ocurrió después fue exactamente como voy a contártelo.
Al principio desconfiarás de mis palabras, pensarás que estoy tratando de jugarte una broma, incluso tratarás de pensar en quién está coludido conmigo para un truco como este. Déjame decirte algo y sabes bien que cuando lo haga estaré hablando en serio: tú y yo hemos sido mentirosos siempre pero incluso alguien como nosotros puede decir la verdad una vez en la vida y esta es la ocasión.
Ahora, mira la tapa del libro. ¿Notas algo extraño? Más allá de la cubierta de piel y los bordes cocidos, del aspecto viejo pero conservado, como si te hablara desde una época muy lejana, hay una cosa que no puedes encontrar. Mira su lomo, dale vuelta, deja que la luz caiga sobre la superficie. No hay bajorrelieve, letras desdibujadas, nada. El título no aparece. Pasa la portada para ver la primera página. En blanco, ¿cierto? Si ves la siguiente encontrarás el título por primera vez: Amatista. Sin embargo, sigue sin haber un autor. Pasa a la siguiente. Nueva página en blanco. La siguiente. Encontrarás la primera frase. «Helia tomó el dije entre sus dedos y lo frotó para asegurarse de que el paisaje desplegado ante sus ojos no era el de un sueño. Como si aquella piedra le recordara el contacto con la tierra, despejara el sufrimiento de su pecho y la protegiera contra el terrible encantamiento que había arrastrado su liviano ser para aprisionarla dentro de las paredes de aquella casa.»
Si la has leído, ahora, cierra el libro. Esto es necesario, de otro modo no lograré convencerte, podrías dejar el libro olvidado en algún rincón y nunca volver a tocarlo. Hazlo ahora. Ciérralo. Ábrelo de nuevo. Por cualquier página. No importa.
Si lo has hecho tal como te he dicho, encontrarás de nuevo la primera frase. «Helia tomó el dije entre sus dedos y lo frotó...». No importa la sección en la que abras el libro, encontrarás de nuevo la misma frase. Solo esa.
Inténtalo de nuevo.
«Helia tomó el dije…».
De nuevo. Hazlo tantas veces como quieras, el resultado será el mismo.
No es un error de impresión. Tampoco un truco. Es el libro. Así funciona. Siempre que lo cierres, el libro se reiniciará. Es la única palabra que se me ocurre. Y por eso, cuando vuelves a abrirlo te encontrarás con la primera frase, Helia tocando el dije mientras ve algo que todavía estás por descubrir.
Esta es la primera parte de la historia. Tienes en tus manos el Libro de Amatista y solo puedes terminar de leerlo si lo haces de principio a fin sin cerrarlo ni una sola vez, sin apartar tu vista de él, sin adelantar una sola página, una frase, una palabra.
Ahora te cuento lo demás. Cuando el libro llegó a mis manos, la carta que recibí me daba las mismas instrucciones. Abrir, leer, cerrar, volver a abrir. Al principio me pareció gracioso. Debía tratarse de un truco de magia. Pero las siguientes instrucciones no parecían tan divertidas. La carta decía que una vez habiendo leído al menos una palabra más allá del título, mi vida estaría ligada al mismo. Cada día pensaría en esa primera frase. Cada noche soñaría con el peso del tomo entre mis manos, con la suavidad de su cubierta avejentada, con el olor desprendiéndose de sus páginas. No podría deshacerme de él aunque lo intentara. El libro volvería siempre. O yo correría hacia él. Cautivo de la historia que sería incapaz de consumir.
Antes de seguir leyendo la breve carta, la doblé y metí entre las hojas del libro. Lo lancé a una de las repisas de mi pequeña biblioteca y seguí con mis asuntos. En ese momento aún pensaba que se trataba de una broma. Y estaba también el hecho de que no reconocía el nombre de quien me lo envió en primer lugar. ¿Era algo importante? Sabes que siempre he sido malo para recordar nombres, rostros, incluso situaciones. Como fuera, decidí olvidarlo pero solo logré mi cometido por muy poco tiempo. En cuanto me alejé de casa para ir al trabajo, las letras góticas del título se dibujaron en cada superficie sobre la que intentaba fijar mi mirada. Las placas de los vehículos, los letreros de las calles, los titulares del periódico. Amatista. Amatista. Amatista.
Compartimos la misma profesión y no te costará imaginar las consecuencias de ello. No podía leer otra cosa que esa palabra. Al escribir en el pizarrón frente a mis alumnos, el trazo de las letras era indescifrable. Revisar una simple nota se volvió una tarea imposible. Amatista. Una y otra vez.
Tan solo un par de días después, ante la imposibilidad de entender otra cosa que no fuera el llamado del libro, corrí a casa y lo busqué entre las repisas. No recordaba siguiera dónde lo había colocado. El piso de mi oficina se convirtió en un sembradío de lomos abiertos y cuarteados. Amatista parecía esconderse de mi mirada, burlarse de mi intento por evadir su maldición.
Por fin lo hallé. Busqué el espacio donde se encontraba la carta y recorrí con la mirada las palabras del desconocido remitente hasta dar con su advertencia, con su presagio. Sí, yo estaba poseído por el libro. Atrapado por él.
Tal vez haz hecho lo mismo. Tal vez han pasado unas horas o unos días y ahora estás releyendo esta carta porque te has descubierto incapaz de dejar de pensar en Amatista. Pues bien, aquí sigo, mis palabras te estaban esperando y es posible que puedas creer el resto de la historia una vez que has probado en tu propia carne el aguijón de este deseo que lo distorsiona todo para reclamar tus ojos sobre las páginas.
Porque, si te ha pasado como a mí, puedes leer esta carta. Y por un momento es reconfortante. Pero al continuar con la historia notarás que ese consuelo era falso. Que guardar esperanza era inútil. Esto también es culpa del libro. Él ha querido que vuelvas y te enteres de lo que está por ocurrirte.
Por el momento ya sabes algo: no puedes cerrar ni abandonar el libro. Siempre que lo dejes, volverás a la primera frase. Siempre que te alejes, volverás a él o él volverá a ti. La carta continuaba con el resto de las instrucciones.
No puedes destruirlo. Habrás de intentarlo, no lo dudo. Siempre desoíste la experiencia de los demás, siempre pensaste que el único punto de vista válido era el tuyo. Así que ve. Usa fuego, agua, golpes, prueba con tus propias manos hasta que el filo de las hojas llene de surcos supurantes las palmas de tus manos. Cada vez que hagas daño al libro, él te lo devolverá multiplicado. Inténtalo, por favor. Aunque no podré verlo, saber que te has hecho esto a ti mismo tendrá cierta satisfacción.
También debo decirte que agradecerás el no poder destruirlo. Lo odiarás por un momento y descargarás contra él toda esa rabia. ¿No has hecho lo mismo contra otras personas? ¿No hiciste exactamente eso con ella tantas veces? Porque yo lo escuché. Quizá nunca dije nada, pero lo escuché, lo supe. Debí haber dado un paso al frente. Fui un cobarde, es cierto. Pero en ese sentido, ambos lo hemos sido.
En ocasiones, mientras tenía el libro conmigo, imaginaba lo que pasaría si pudiera destruirlo. Pero luego recordaba a Helia y era como si su mano buscara dentro de mi pecho hasta encontrar el corazón y apretarlo como lo hacía con su dije. Necesitaba saber por qué había llegado ahí pero, también, por qué no podía escapar. No podría seguir viviendo sin saberlo. Y eso me obligó a intentar leer.
Esta es la otra cosa: Amatista solo te dejará ir si llegas al final, leyendo desde el principio y sin detenerte. Y eso es posible. Porque el libro guarda los secretos que ha ido produciendo. Aunque no importa en qué página inicies, hay una excepción a esta regla. Toma la contracubierta y mira la última página. Verás una serie de nombres. En la parte superior la caligrafía es fina, cuidada, elegante, parece haber sido escrita con una pluma fuente. Conforme recorres cada línea, verás otros. La letra va cambiando. Distintos estilos, presiones sobre el papel, algunas letras más apretadas y pequeñas, otras angulosas y grandes, cada vez habrá menos manuscrita y, al final, encontrarás mi nombre. Esto es importante: una vez hayas leído toda la historia debes firmar en esa última página.
¿Has contado los nombres? Doce. Doce hombres hemos estado atrapados entre las hojas de amatista. Y hemos sobrevivido. No te sorprendas por esta palabra. Sabes que se trata de una cuestión de vida o muerte. Y ahora estás por conocer el resto de la historia. De mi historia.
Volví demasiadas veces a esa carta para tratar de descifrar algo que podría haber estado pasando por alto, sobre todo por lo que decía después de la advertencia de que el libro era indestructible. Supuse que podría ser un mensaje cifrado, una especie de metáfora. Pero no, la cosa era simple: el libro reclamaba vidas para poder ser leído.
Lo intenté. De verdad lo intenté. La primera vez leí durante todo el día sin detenerme. Fue entonces cuando empecé a encontrar los otros nombres. Estaban escritos al final de los capítulos. Al margen o al pie de las páginas. ¿Quiénes eran? Lo debes estar sospechando. Nombres marcando las páginas a modo de separadores. Nombres permitiendo ubicar el punto en el que se abandonó la lectura. Nombres, vidas, almas, cobradas por Amatista.
La carta me lo explicó: si quería, si necesitaba dejar la lectura, tenía que anotar un nombre en la hoja en el punto donde pensaba detenerme y podría retomar la lectura solo en ese punto. No podría volver atrás, pero a partir de esa línea, fin de capítulo, párrafo, podría seguir adelante.
Tuve que hacerlo. Intenté varias veces, en una ocasión leí durante casi un día pero bastó un instante, que mis párpados arenosos velaran mi mirada y mi mente se deslizara hacia el territorio del sueño para que, al abrirlos de nuevo, todo se reiniciara: «Helia tomó el dije…».
Lloré, sangré, grité. No podía seguir. Y tampoco renunciar.
Volví a esa maldita carta para estar seguro de lo que tenía que hacer. Deberás poner un nombre que te ayude a seguir adelante, debe ser alguien a quien conozcas y debe ser un varón.
La carta y el libro a través de esas palabras me exigían matar. Porque una vez el nombre quedara impreso en la página, esa vida se extinguiría.
Usé un nombre al final del tercer capítulo. Cerré el libro. Volví a abrirlo. Y una carcajada subió por mi cuerpo, convulsionó, brotó por mi garganta, creció en mi boca, llenó la habitación y escapó hacia la calle anunciando mi crimen, mi alivio, mi histeria.
Fue verdad. Al día siguiente recibí noticias de aquella muerte.
Las instrucciones de la carta casi habían terminado. Lo último estaba relacionado con el destino del libro una vez terminara de leerlo, pero ya llegaremos ahí.
Cuando avances por las páginas podrás descifrar la letra de algunas personas. Descubrí que alguien solo tuvo que hacer cinco anotaciones para terminar de leerlo. Es una letra antigua, la tinta se ha puesto casi amarilla pero me es imposible imaginar cómo logró tal hazaña. Solo cinco vidas. Por otra parte, hay una manuscrita que dejó anotaciones al final de cada capítulo. La tinta ha perdido mucho de su brillo y su tonalidad es similar a la mancha de café dejada por la base de una taza. No me es posible pensar en el tipo de persona que anotaría un nombre cada puñado de páginas. Con esa facilidad.
¿Qué tipo de hombre eres? ¿Cuánto resistirás antes de colocar el primer nombre? ¿Cuántos más usarás, por gusto o necesidad?
Has pasado toda tu vida usando a la gente. Aunque hay muchas cosas en que nos parecemos, hay algo que sí puedo decir: al menos yo he tenido unos cuantos amigos. Lo que tú has tenido son solo socios. Y por eso tu nombre apareció con claridad en mi mente cuando llegué al final de la carta.
Si por una parte tenía que usar las vidas de otros hombres para poder continuar con la historia de Helia, el único requisito al respecto era conocerlos. Pero para legar este libro a alguien más, para deshacerme de él en forma definitiva, no solo tenía que enviarlo a otro hombre. Tenía que odiar a esa persona. Tenía que odiarla tanto como para desearle el sufrimiento por el que he pasado. Mi sentimiento debía ser tan intenso que ningún remordimiento podría alcanzarme después. Y no tuve que pensarlo demasiado. Tú.
Sigo sin recordar al hombre que me envió el libro a mí. No entiendo qué le hice para que me odiara tanto. Ese misterio permanecerá así. Tal vez algún día nos encontremos y reconozcamos en nuestros ojos lo que hemos hecho para sobrevivir. Podría preguntarle entonces por qué me odió tanto como para legarme el libro pero, a estas alturas, no sé si eso valga la pena para algo. Lo importante está hacia adelante.
Ahora que sabes el último paso, quizá pienses en anotar mi nombre al final de algún capítulo. Te tengo una sorpresa. No puedes hacerlo. Esa es la última regla. Esta maldición ya no puede volver a quienes pasamos por ella. Así que buena suerte, espero te hundas en la miseria de lo que siempre has sido y que no logres conocer el final del Libro de Amatista. Porque si lo haces, ya no podrás ser quien eras antes, tendrás que rendirte ante tu propia vileza y aunque, como yo, no serás capaz de pedir perdón ni podrás entender el arrepentimiento, sabrás qué camino es la única y última respuesta.
He escrito ya mi nombre en la última página. Ahora el turno es tuyo. Mata a tantos como puedas. Nos estarás matando también a nosotros a través de sus cuerpos. Y protegerás a Helia. La liberarás de su cautiverio.
Tal vez llegues al final del libro. El precio será alto para ti. Nada, para el resto del mundo. Pero aunque no puedas lograrlo, Helia encontrará un atisbo de la justicia que anhelaba cada vez que tomaba entre sus dedos aquel dije de amatista. ✍️
SERENDIPIAS Y ONOMATOPEYAS
El relato de esta ocasión ha sido bastante difícil de escribir por varios motivos. El primero, falta de tiempo. Supongo que eso se nota en el ritmo del propio cuento que, en una última relectura se me antoja bastante accidentado. El tono me parece que también es inconsistente. Pero espero que el sentimiento que el narrador intenta transmitir sea, al menos, lo suficientemente claro.
La idea sobre El libro de Amatista surgió hace varios meses pero no había trabajado sobre cómo desarrollarla hasta hace apenas unas semanas. En un inicio estaba pensado como un relato mucho más largo. Incluso como un relato de tono gótico pero no me di –ni he encontrado el tiempo– como para armar algo en ese tono. Así que preferí esta cuestión a medio camino entre la carta y el testimonio.
Este ejercicio quizá cambie –y mucho– en una edición posterior, pero tenía muchas ganas de enfrentarme a esta historia y contarla, aun con sus deficiencias.
La idea, al inicio, estaba centrada en dos aspectos: por una parte, convertir algo placentero –en este caso, la lectura– en una maldición; por otra parte, degradar a la víctima de la misma. Esto último fue divertido de imaginar, porque la maldición –estar encadenado al libro– vendría como una especie de castigo, pero la degradación también podría ser algo parecido, tanto para el sujeto como para alguien más.
Entiendo que no está muy logrado y solo diré que esta es una primera versión
¡Ah! Lo otro. Pasé mucho rato pensando quién iba a contar la historia. Sabía que quería usar una carta como medio de comunicación entre los personajes (¿Creen que necesitan nombres? Es una cosa que en este momento me preocupa del texto) pero no sabía cómo hacer para contar los dos momentos al mismo tiempo. Entonces, el juego es un poco A cuenta su historia y sospecha, adivina, sugiere que B está pasando por lo mismo en cada etapa de la misma. No sé qué tan bien funcione pero fue mi respuesta de momento.
A pesar del poco tiempo que pude dedicarle al texto, ha sido divertido pelear con esta idea. Quería contarles un poco al respecto. El resto lo dejo a su imaginación
Gracias por estar en las Serendipias y Onomatopeyas de esta semana. ¿Les gustaría un relato más, cada semana, rumbo a la temporada de sustos? Si dicen que sí, a lo mejor haga un nuevo ejercicio. Más breve, eso sí.
Dejen su comentario, siempre es un gusto leerles e interactuar en esta plataforma. Si no se han suscrito, usen el cajón bajo estas líneas para recibir los avisos semanales. ¡Hasta la próxima!