El dilema del protagonista o ¿Quién quiere ser un detective privado?
De protagonistas en Sugar y Hijack — Dos libros de Aura García-Junco — ¿Rayas tus libros?
Hay series que envejecen mejor y otras, no tanto. Hace un par de semanas terminé de ver The Nanny cuyas primeras cuatro temporadas, a pesar de sus toques de humor blanco y un tanto clasista a ratos, han envejecido muy bien. Las últimas dos se cuecen aparte —la quinta es un desfile de estrellas invitadas rumbo al que debió ser el final, la boda; la última, un cambio de tono a comedia de matrimonio que no le sentó muy bien sobre todo al personaje de Maxwell—. Otra serie por la que los años no parecen haber pasado (y son ya casi veinte) es The Office, que da para una carta de este Substack.
Como ya sabrán quienes siguen esta carta semanal, además de libros yo a d o r o ver series. Comedia, suspenso, terror, ciencia ficción. Si acaso evado las de drama. No porque me aburran sino porque soy de lágrima fácil —pero vean Modern Love (Prime) que es una joyaza—. Y como parte de mi consumo, Apple TV+ se encuentra en la canasta básica.
De esa última plataforma quiero hablar de dos sus series: Hijack (Secuestro Aéreo) con Idris Elba y Sugar con Collin Farrel. La primera es una serie en “tiempo real” sobre… sí, adivinaron, un secuestro aéreo. La segunda, una carta de amor al cine americano del siglo pasado y al género noir.
A propósito de una serie que envejeció mal
Antes de eso, me acuerdo de un capítulo de The Big Bang Theory, una de esas series que sigue siendo divertida pero que ha envejecido, creo, un poco mal (sobre todo por su humor claramente homofóbico, entre otras cosas). Específicamente, del episodio The Raiders Minimization (Temporada 7 episodio 4) cuya secuencia introductoria muestra a Sheldon y Amy en el sofá terminando de ver Cazadores del Arca Perdida, la primera entrega de la saga Indiana Jones.
Cuando el tema clásico de los créditos finales suena, Sheldon pregunta a Amy qué le ha parecido la película. Ella, notablemente incómoda, trata de suavizar el momento diciendo que fue entretenida a pesar del problema con la historia. Sheldon la reta a demostrar que hay un hueco argumental en la cinta y Amy declara lo que, para cualquier fan que haya visto tanto Indiana Jones como TBBT ahora es evidente: si Indy no hubiera aparecido en la historia, esta hubiera concluido igual, con los nazis siendo derretidos por el Arca de la Alianza. Sheldon, visiblemente consternado, solo puede dejar que su mandíbula caiga al suelo después de lo cual, Amy le ayuda a cerrar la boca.
¡Es cierto! El Dr. Jones podría no haber acudido a la búsqueda del Arca y los nazis habrían sido eliminados por esta. Suena a un problema con la historia. Pero ahora toca actuar como abogado del diablo: la historia no es sobre el arca, sino sobre Indiana Jones. Sobre lo que hace y lo que le ocurre. Sobre él siendo el aventurado arqueólogo que es. Y en eso, la película no falla.
En una entrada pasada comenté que estaba leyendo Salva al gato de Blake Snyder, un guionista hollywodense al que le debemos grandes joyas del cine como Cheque en blanco o Para o mamá dispara.

Sarcasmo aparte, Snyder tenía una forma de trabajo orientada al cine familiar e hizo de ello su forma de vida, añadiendo la formación de guionistas con sus talleres y la serie de libros Salva al Gato. El primero de esta serie es, de hecho, un manual para aspirantes a guionistas con no pocos consejos sobre estructuras narrativas propias del cine blockbuster que cualquier creador puede aplicar a sus propios proyectos. Claro que podríamos leer a Joseph Campbell (citado por el propio Snyder) pero este librito para guionistas es divertido y sus punteos, aunque muchos discutibles y pensados para otra época, no son desdeñables por sí mismos.
Además de su obsesión con la “premisa”, Snyder tiene otros consejos del cual uno viene a cuento que es “el protagonista debe llevar el mando”. La idea es básica y obvia, pero todos la pasamos por alto alguna vez: el/la protagonista debe ser proactivo. Es él/ella quien se enfrenta a la situación (a otros personajes, a las fuerzas de la naturaleza o al mismo destino) y su acción tiene por objetivo prevalecer sobre aquello con lo que se encuentre.
Ahí es donde Indiana Jones no falla como historia: aunque sin su presencia, el resultado podría haber sido el mismo (la muerte de los enemigos), es el hecho de que él se pone en la situación y las maneras en que se enreda y desenreda de la misma lo que produce la tensión de la aventura que vemos. Y más aún, lo que queremos ver es si, tal como escapó de una roca rodante, puede anteponerse a un enemigo que es más numeroso y poderoso que él. Cosa que más o menos logra. Con estilo, cabe decir.
John Sugar y Sam Nelson
En la serie Sugar, vemos a Collin Farrel interpretando a un detective políglota llamado John Sugar cuya especialidad es encontrar a personas perdidas. Conocemos al personaje hablando japonés y encontrando a alguien que se ocultaba de un hombre poderoso. Poco después se le ofrece un caso que lo atrae de forma particular: encontrar a la nieta de un famoso productor de Hollywood. La investigación tiene un componente personal para Sugar quien, a pesar de las advertencias, no abandonará el caso.
Además de lo visualmente atractiva y la clara oda al cine noir, la serie presenta a un protagonista que parece no tener más habilidades que su ingenio, su necedad y su bondad. Es el héroe sin fallas y con una moral implacable e impecable. Rehuye a la violencia y la usa solo como único recurso porque, lo sabe, puede ser letal.
Y es cada paso que da el que, incluso cuando lo aleja del objetivo, logra poner en marcha y acelerar la situación: los enemigos se hacen visibles, la situación se hace desesperada, los aliados se vuelven en su contra, su avidez lo pone indefenso.
Eso y la ambientación noir en, por supuesto, Los Angeles (la música, los clips de viejas películas, la propia caracterización de Sugar al más puro estilo dandy de los 1950s), hacen que uno pase por alto el ritmo un poco lento de los dos primeros episodios.
Lo interesante es que John Sugar sabe poner las cosas en marcha y con eso, la tensión escala conforme avanzamos en la historia. Y eso es justamente lo contrario a lo que hace Sam Nelson, interpretado por Idris Elba en Hijack.
La historia de Secuestro Aéreo va de un hombre que viaja de Dubai a Londres de última hora en un vuelo que está a punto de ser secuestrado. Sam Nelson, que es como se llama, es un tipo inteligente que, luego descubrimos, es contratado por las más grandes compañías del mundo para organizar negociaciones. Es, entonces, un tipo con recursos, ¿o no?
El primer capítulo concluye cuando el avión es tomado por un grupo organizado cuyas demandas desconocemos. Sam se levanta de su asiento, se acerca al líder de los secuestradores y le hace una oferta: quiere ayudarle. Engancha, ¿no?
Cada capítulo la tensión crece: los pasajeros buscan revelarse, los secuestradores se ponen nerviosos y pierden control de la situación, la tripulación se enfrenta entre ellos, y hay pasajeros con sus propias historias. Pero en torno a todo esto, Sam Nelson parece un ser pasivo cuyas intervenciones no logran escalar la situación, no logran poner nada en marcha.
La serie es muy buena, pero el protagonista parece una parte del decorado. Cada capítulo te hace querer saber qué más ocurrirá, pero Sam rebota de un extremo al otro del avión sin lograr gran cosa. Olvídate de Harrison Ford en Avión Presidencial o de Jody Foster en Plan de Vuelo y ni hablar de Nic Cage en ConAir. No. Idris Elba es muy convincente como rehén bajo presión pero los protagonistas de la historia son más bien los pasajeros y una muy astuta controladora de tráfico aéreo. Y aquí sí estamos hablando de un problema argumental.
Lo es porque, muchas de las cosas que van ocurriendo, podrían pasar sin la intervención de Sam. Incluso, pasan sin que él se encuentre en escena y eso, para el protagonista de una historia, no parece bueno.
Vale la pena verla, claro, son siete muy buenos capítulos, pero no esperes mucho heroísmo de su protagonista. Eso sí, los personajes secundarios se lucen incluso cuando no les va tan bien.
Por cierto, Sugar tiene cliffhanger pero aún no sabemos si habrá temporada dos. Aunque todo parece indicar que sí.
SERENDIPIAS
Me he leído un par de libros de Aura García-Junco, una joven narradora mexicana. Empecé con Dios fulmine a la que escriba sobre mi (Seix Barral, 2023) y seguí con Mar de piedra (Seix Barral, 2022). Y quiero dejar un par de notas al respecto.
Mar de piedra es una novela que no logro clasificar. La historia sigue a tres personajes (Sofía, Luciano y Ana, una maestra, un consultor y una estudiante respectivamente) en el México de 2025, un país donde durante años han pasado dos cosas: por una parte han ido apareciendo estatuas de piedra de personas desparecidas en el andador de Madero en la ciudad de México y, por otro lado, una nueva religión proveniente de las islas de la Polinesia se ha instalado como fe entre la población.

La novela sigue a estos personajes, cada uno cargando con su costal de destino: Sofía entabla una relación con una estudiante, Ulani, aunque no ha olvidado a Eloísa, cuya estatua de piedra se encuentra en el paseo de Madero; Luciano es un alcohólico divorciado que ha encontrado en la religión una forma de mantenerse a flote y Ana es una joven sobreviviente de abuso sexual en una relación conflictiva con su madre.
Las tres vidas exponen a un tiempo el tormento y la pasión: enfrentadas a situaciones que no pueden controlar, solo logran responder con los limitados recursos producto de su propia historia. Incapaces de olvidar y/o perdonar (a otres, a si mismes), recorren un camino buscando respuestas y —creo— autosaboteándose al mismo tiempo.
Mar de piedra es, ante todo, un conjunto de historias de amor, memoria y olvido.
Por su parte, Dios fulmine a la que escriba sobre mí es una narración reflexiva —una autoficción— elaborada a partir de la muerte del padre de la autora. Al rescatar del departamento de H. Pascal un librero, la narradora se autoimpone una investigación a través de libros y personas para tratar de descifrar a un padre y entender la distancia que terminó imponiéndose entre ellos.

Es un texto personal y escrito desde distintos frentes emocionales. Un recorrido libresco con momentos que solo puedo calificar como bellos.
“Los recuerdos —dice la narradora— son aire doloroso” cuando se enfrenta a la biblioteca heredada. Más adelante, declara que “lo malo es que quienes tenemos este fetiche no encontramos un obstáculo suficientemente eficaz, que no sea la muerte, para dejar de comprar libros”.
Más allá de los libros, la historia subyacente está llena de reflexiones propias de un texto autoficcional. Una historia sobre el duelo y los espacios vacíos que exigen respuestas.
«Esa necesidad de hablar de las personas que perdemos desde la universalidad del suceso responde a la muy lógica búsqueda de sentirnos acompañadas en nuestra pérdida. En un dolor de esta magnitud, todos los abrazos de gente querida no son suficientes para acomodar el vacío y devolver el sentido a nuestra vida.»
Dios fulmine… nos recuerda que “la literatura cuenta grandes y hermosas verdades a medias”.
ONOMATOPEYAS
Soy de los que rayan los libros. Ya está, lo he dicho.
En esta etapa de lectura que inició meses atrás, lo hago todavía más, tratando de quedarme con los pasajes que me gustan, las figuras que me impresionan o los elementos que, según yo, no debo olvidar cuando me enfrente a mis propias páginas en blanco. He estado tentado a irles poniendo también stickers, flechitas de colores y tanta cosa, como queriendo poner una brújula dentro de las hojas para que me orienten cuando los vuelva a abrir.
Antes solía tratarlos casi con carácter sagrado. Ni una dobladura, ni un tachoncito. Pero ya no. En parte, los últimos años de estudio en los que subrayar y poner notas en los márgenes era casi un acto de sobrevivencia para navegar entre páginas cargadas de conceptos que, a estas alturas, ya he olvidado en su mayoría, ayudaron a tomar la costumbre. Así que he desarrollado un “sistema de marcas” que van desde el clásico subrayado (siempre con lápiz, eso sí, no soy un salvaje… todavía) para las frases que sintetizan ideas, los corchetes para elementos que considero necesario identificar y volver a revisar después, el asterisco para pasajes completos, y la raya vertical para segmentos dentro de párrafos. A ello se suman los garabateos al margen en una pésima cursiva que luego ni yo mismo entiendo pero tampoco es necesario porque si hay una marca eso significa que había algo sobre lo que tenía que pensar ahí donde están las letras borrosas y mal escritas. No es la gran cosa pero es lo que hay.
¿Tú pones marcas en tus libros? ¿Cuál es tu sistema? Los destacados en la Kindle (donde además puedes poner notas y exportarlas) son una gozada pero profanar un libro con una raya o un tachón tiene un algo, como una apropiación que altera la relación con el libro. ¿Tú qué opinas?
Gracias por llegar a estas Serendipias y Onomatopeyas esta semana. Si dejas un comentario, prometo contestarlo para seguir la plática más allá de esta carta semanal. Ten un fantástico inicio de mes. ¡Nos vemos la próxima!