Decepción amorosa — Cuento
¡Temporada de corazónes! Y BioGifts tiene una OFERTA para tí. — Inteligencia Artificial. La película, no la moda tecnológica — La fortaleza de una novela corta
El anuncio era familiar pero por primera vez decidió ponerle atención. Las letras con la palabra OFERTA parpadeaban en rojo sobre la esquina de la pantalla. Cualquier otro día, Darren habría movido la mano en el aire hacia la derecha, como quien trata de ahuyentar un mal pensamiento. Pero aquel reflejo se agazapó cuando vio el producto que se le ofrecía.
Otras veces habían sido cosas que podría haber obtenido en liquidación. Como las articulaciones de las rodillas o las muñecas, que se pueden encontrar en cualquier parte. Las ofertas de estómago e intestino tenían su temporada poco antes de las fiestas de fin de año. Cosas como los ojos así como el kit completo de glándulas, solían ofrecerse también en la temporada de ventas masivas de verano. Había otras que casi nunca tenían rebajas, como la piel o los pulmones, para las que las empresas solo se permitían facilidades de pago mediante créditos. Pero los corazones, vaya, los corazones eran otra cosa. Y Darren necesitaba uno con urgencia.
Movió los dedos hacia el frente para aceptar el anuncio y el holograma desplegó un formulario para realizar una cita informativa. Darren sabía que eso era parte de la campaña y que, con toda seguridad, la empresa recopilaría sus datos y le llegarían ofertas de productos que no deseaba tan pronto diera click en el reluciente botón de Enviar, pero no le importó.
La agenda de la compañía mostraba horarios disponibles esa misma tarde así que pidió la cita y se preparó para tomar el tren eléctrico para llegar a tiempo. El edificio al que la ruta lo condujo no destacaba entre los otros. Parecían oficinas como las que abundaban en esa zona de la ciudad. Al frente, un enorme anuncio luminoso mostraba las marcas de las compañías que tenían sede en los distintos niveles. El nombre de BioGifts estaba entre los últimos, sus letras garigoleadas hacían difícil distinguir la marca pero Darren conocía el logotipo y lo identificó pronto.
Se registró en la entrada. Caminó al elevador. Subió hasta el penúltimo piso. Un corredor lo llevó hasta una puerta de cristales cuyo sensor se activó al detectar su cercanía. Darren se encontró con una oficina alfombrada y una recepción detrás de la cual asomaban los ojos alegres de una secretaria que estiró el cuello para ofrecerle una sonrisa.
—¿Tiene cita? —la joven no esperó respuesta a la pregunta—. Su nombre, por favor.
—Darren Alba —dijo Darren—. Vine por la oferta de corazones.
—Claro, señor Alba —la secretaria hizo un gesto con la cabeza y su rostro se iluminó con la luz del holograma. Sus manos se movieron en el aire y la pantalla, cuyas letras invertidas y borrosas eran indistinguibles para Darren, cambió con rapidez—. Tome asiento, la doctora lo verá en unos minutos.
Darren caminó hacia la sala de espera. Los pocos sillones estaban ocupados en su mayoría y tomó una silla libre y solitaria que los demás habían desdeñado. Al sentarse, notó que la mayoría atendía las pantallas holográficas y se preguntó qué órgano habían ido a comprar. El hombre mayor, con los ojos amarillentos, quizá venía por un hígado, pensó Darren. Las dos jovencitas que compartían una pantalla hundidas en un sillón quizá buscaban un cambio de ojos o incluso una modificación facial. Eran baratas y no le parecía que se tratara de chicas con mucha solvencia económica. Una mujer de mediana edad leía concentrada su pantalla sin notar la presencia de los otros clientes y Darren consideró que quizá venía por algo urgente.
BioGifts no era líder en el mercado pero Darren conocía a varias personas que habían recurrido a la marca para cambios de órganos de emergencia. La calidad era modesta y los precios, en su mayoría, accesibles. Estaba lejos de ser LifeHacks, la multinacional cuyas tarifas eran prohibitivas para la mayoría aunque se preciaban de tener los mejores tejidos de repuesto. Los reportajes sobre sus órganos, casi infalibles, aparecían de vez en cuando en las noticias debido a sus campañas de caridad en las que ofrecían sustituciones quirúrgicas a personas de escasos recursos. Darren sospechaba que además de publicidad, aquella era una forma en que LH evadía impuestos, pero no le preocupaba gran cosa porque no había tenido necesidad de cambiar un órgano en toda su vida. Al menos, ninguno importante. Todos tenían un sintético y él no era la excepción. La mano derecha se le había hecho pedazos en una banda transportadora cuando era más joven y un asalto armado le había hecho ordenar una sustitución de intestino delgado de emergencia. Pero lo que deseaba ahora era un nuevo corazón.
—Señor Darren Alba, por favor, pase al consultorio —anunció la voz de la secretaria.
Darren se puso de pie. Pensó que los rostros de los demás clientes le seguirían dado que no había esperado por la cita más de cinco minutos, pero nadie pareció notarlo.
—El seis, por allá —dijo la secretaria estirando un brazo hacia el pasillo de consultorios pero sin voltear a verlo. Darren se dirigió adonde se le indicaba.
Los nudillos de Darren estuvieron a punto de tocar la puerta cuando esta se abrió. El rostro sonriente de una doctora le saludó desde el otro lado y le indicó que pasara.
—Por aquí, por aquí, tome asiento —indicó la mujer enfundada en una bata blanca que parecía cortada a su medida. La doctora rodeó el escritorio y tomó su lugar—. Y dígame, ¿en qué puede BioGifts mejorar su vida? —dijo, parafraseando la frase publicitaria de la marca.
—Vengo por la promoción de corazón —dijo Darren.
—Claro —la doctora tocó dos veces sobre la superficie del escritorio y se desplegó la enorme pantalla holográfica—. Veamos, tengo aquí el expediente médico que nos arroja la base de datos. Tiene usted dos sustituciones, ¿cierto?
—Mano e intestino —confirmó Darren.
—Y su estado médico general parece bastante óptimo —la doctora acercó el rostro a la pantalla, como si temiera estar perdiendo algo de vista—. ¿Alguna razón para solicitar la sustitución cardiaca?
—Motivos personales —respondió Darren.
—Per-so-na-les —tecleó la doctora en el aire para introducir la información al expediente—. El paquete de promoción produce un símil del órgano con un grado de confiabilidad del 98 por ciento. El tejido sintético se produce a partir de una muestra tomada durante la cirugía de sustitución. El periodo de recuperación es de…
La doctora recitó las generalidades relativas al reemplazo orgánico y solo hizo una pausa, sin despegar la mirada de su holopantalla, para preguntar a Darren si tenía dudas con respecto al proceso. Darren confirmó que ninguna y la especialista continuó.
—Según su expediente tiene un historial de crédito que le permite cubrir casi todas las parcialidades. Solo requeriríamos un pago inicial con transferencia inmediata por una quinta parte del total. ¿De acuerdo?
—Pensé que había una promoción —dijo Darren.
—Ah, claro, la promoción —la doctora volvió a teclear—. Listo. Con el descuento aplicado, su crédito cubre la totalidad y puede incluir una serie de extras. ¿Quiere conocerlos?
—Solo quiero la sustitución.
—Muy bien —dijo la doctora—, podemos programar la cirugía para, déjeme ver —la pantalla osciló para cambiar a una agenda—, sí, mañana tenemos un espacio disponible por la tarde. De lo contrario, sería al día siguiente, también por la tarde.
—Mañana es perfecto.
—En ese caso, voy a transferir el contrato a su dispositivo para que pueda realizar la firma. Puedo darle un momento para revisar las cláusulas, si gusta.
El holófono de Darren vibró en su bolsillo y lo extrajo para leer el contrato. Después de un par de párrafos, decidió activar el modo resumen y leyó las líneas donde se sintetizaban los compromisos de la empresa y del cliente.
—Sólo tengo una duda —dijo Darren, moviendo un par de dedos para acelerar el paso de las páginas hasta el punto que requería su firma—. He estado pasando por un estado de ánimo un poco… —Darren bajó la mirada, como si buscara en su diccionario mental la palabra adecuada—, decaído.
—Ajá —dijo la doctora.
—Por eso pensé en la cirugía —añadió Darren.
—¿Ajá?
—¿Hay alguna cláusula en el contrato que garantice que este malestar va a desaparecer con la cirugía?
La doctora despegó por fin la vista de su holopantalla, volteó hacia Darren y lo observó como si esperara información adicional.
—Ya sabe. No soy yo mismo —Darren bajó la mano con que sostenía el dispositivo y la pantalla holográfica se desvaneció en el aire—. Mi novia me dejó. Me ha ido mal en el trabajo. Y creo que es culpa del corazón. Esto va a arreglarlo, ¿verdad?
La doctora apretó los labios y parpadeo como si tratara de enfocar a Darren. Ambos guardaron silencio.
—Tengo algo mejor para usted, señor Alba —dijo la doctora, dejando que sus labios se relajaran en una sonrisa—. Y lo podemos hacer ahora mismo. Y, lo mejor de todo —añadió, sin dejar de verlo, tecleando en el aire sobre el holograma, sus dedos recorriendo de memoria las letras para introducir las nuevas condiciones del contrato—, a casi el mismo precio.
Un ligero mareo cosquilleaba en la frente de Darren cuando abandonó la sala de cirugías. Sus pies caían en la alfombra del pasillo como si se tratara de un malvavisco sobre el que su cuerpo rebotaba impulsado hacia adelante. El efecto, había dicho la doctora, pasaría en un par de horas. Como parte del paquete médico, un auto lo esperaría en la calle para llevarlo a casa.
Al atravesar la sala de espera notó que las chicas eran las últimas clientas que esperaban para ser atendidas. Sonriendo, dejó escapar una carcajada para llamar su atención. Los rostros casi infantiles voltearon hacia él. Darren alzó una mano para decir adiós. Las muchachas se vieron entre sí y decidieron devolver la mirada al holograma que sostenían entre sus manos.
—Adiós —dijo Darren, al despedirse de la recepcionista. La mujer estiró el cuello, sus cejas se elevaron al verlo abandonar la oficina. Mientras Darren se alejaba, meneó la cabeza y volvió a sus asuntos.
El elevador parecía mecerse mientras Darren descendía a la planta baja. Cuando lo abandonó, las luces del pasillo encandilaron su mirada. Darren entornó los ojos y avanzó por el piso reluciente.
El murmullo de la calle parecía un arrullo ralentizado en sus oídos. Al pie del edificio, un auto blanco se detuvo. El conductor se apresuró a bajar y abrir la puerta a Darren.
—¿El señor Alba? —dijo el conductor.
—Hola —saludó Darren, alzando una mano. Se deslizó hacia el interior del vehículo y dejó que el mullido asiento lo recibiera.
Mientras se alejaba del hospital se permitió reír. Había sido tan ingenuo pensando que necesitaba una sustitución orgánica para recuperar el sentido de la vida. Su novia, no, su ex novia se sorprendería mucho de verlo ahora. Había dejado atrás el sufrimiento de la ruptura y no necesito cambiar de corazón para ello.
Darren llevó sus dedos a la línea del cabello. Cuando los inspeccionó, notó la brillante gota de sangre. La doctora dijo que la cicatriz desaparecería en unas horas. Pero aquella nueva sensación no lo abandonaría jamás. Y sólo había requerido sacrificar una pequeña parte del cerebro. ✍️
SERENDIPIAS
Cuando Steven Spielberg estrenó Inteligencia Artificial en el año 2001, muchos leímos la película como un cuento de hadas moderno al más puro estilo del clásico Pinocho. La cinta mostraba a David, un niño androide que llega a la vida de la familia Swinton para sustituir su búsqueda de un hijo en una sociedad futurista donde, la escasez de recursos y la presión poblacional, han convertido a la paternidad en una actividad restringida y para la que se necesita un permiso.
El androide David representaría a la marioneta. Su búsqueda de la humanidad se parecería a la de Pinocho. El final, en el que logra la vuelta a su madre, vendría precedido por lo más parecido al contacto con un hada. Y etcétera.
La cosa es que ni David era una marioneta ni la cinta es una forma de revisitar Pinocho. Aunque los puntos en común no son escasos —y las referencias presentadas por Spielberg fueron deliveradas—.
La versión de A.I. de Spielberg recupera abiertamente algunos de los elementos de la fábula pero mantiene, a la vez, puntos claves de la trama que le da origen, Supertoys Last All Summer Long, un cuento de ciencia ficción —muy breve, por cierto— de la autoría de Brian Aldiss, un prolífico autor del género.
El cuento que dio origen a la cinta fue escrito a finales de los 1960s. Una lectura del mismo por parte de Stanley Kubrick fue de tal impacto que el mítico director de cine adquirió los derechos del relato. Aldiss y Kubrick trabajaron, durante varios años, en el desarrollo del argumento y el guion para una adaptación fílmica. Al final, el proyecto se frustraría —sobre todo por el temperamento del director quien estaba empecinado en conseguir un androide real que interpretara a David— y, luego de su fallecimiento, Spielberg retomaría el proyecto y volvería a contactar con Aldiss quien, para ese momento, había añadido dos relatos más a la historia inicial.
La trilogía de los Superjuguetes está conformada entonces por el ya mencionado Supertoys Last All Summer Long, seguida de Supertoys When Winter Comes y cierra con Supertoys in Other Seasons.

Creo que un gran acierto —dentro de muchos— logrado por Spielberg en su adaptación de A.I. es producir una historia conmovedora. Convertir un “objeto” como en este caso es David, el androide, en un ser con el que se logra empatizar.
Los relatos de Aldiss transitan ese camino. A pesar de su brevedad —o quizá debido a ella—, las tres historias que, en conjunto, conforman una sola, nos conducen a instantes desoladores: David no comprende cómo comunicarse con una madre a la que ama pero que aparece distante y tampoco descifra la mirada de sus padres cuando reciben la noticia de que han obtenido un permiso para tener un niño “real” en Verano; David se debate contra la revelación de su ser artificial y el amor a su madre en Invierno, y David no soporta verse a sí mismo como lo que realmente es en Otras Estaciones.
Supertoys relata un mundo al límite pero donde los seres humanos han encontrado una forma —como si no pudieran evitarlo— de seguirse enriqueciendo. Y donde los super-juguetes resguardan más humanidad —amor y tristeza, lo que según David, lo hacen humano— que cualquier otra criatura.
ONOMATOPEYAS
Por más que lo intente, no logro seguir al pie de la letra mi lista de lecturas y en los últimos días he estado leyendo —y releyendo— algunos clásicos de Ciencia Ficción. Esta semana ando con Yo, Robot, de Isaac Asimov. Antes de eso fue la trilogía de Superjuguetes de Aldiss, razón por la cual aparece un comentario a la misma en el apartado previo.
Fue, de hecho, la visión un tanto pesimista y triste —o así la leo yo— de dicha trilogía la que dio lugar al maquinazo que abre esta carta, Decepción Amorosa.
Los relatos que aparecen en las entregas de este boletín, por cierto, ahora pueden consultarse en conjunto en la sección Cuentos —en la que ya llevamos cinco— que pueden encontrar en la página de inicio de Serendipias y Onomatopeyas. De modo que si han perdido la oportunidad de alguno de los anteriores, ahí pueden consultar la lista de los que ya se han publicado.
Hablando de publicaciones periódicas, en entregas anteriores les conté de Normie, la novela por entregas de C.S.M. La historia ha llegado a su fin y puede consultarse en el blog del autor, pero también se puede adquirir en Amazon. Se trata de un relato bastante ágil y breve, además, que se caracteriza por una escalada de acción a partir de la primera entrega.
Aunque en general me ha gustado, una cosa que en este tipo de relatos puede llegar a echarse en falta —y es el caso de Normie— es permitir que el personaje cambie a lo largo de la historia. El protagonista de la historia, Jack, se ve orillado a actuar demasiado rápido y no logramos conocer del todo cómo era para apreciar el grado en el que cambia. O este cambio, el arco, se da demasiado rápido.
C.S.M. tiene un punto fuerte que es lograr producir una gran cantidad de acción en un relato breve. Pero esa fortaleza no debería sacrificar la posibilidad de adentrarnos en los personajes.
Aquí viene al caso lo que señalé de Aldiss y sus super-juguetes. Los relatos son muy breves. Pero la forma en que abren las puertas al corazón de sus personajes es fundamental para dejarnos atrapados en su historia. ✍️
Gracias por llegar a estas Serendipias y Onomatopeyas. Espero que el relato de esta semana te haya gustado. ¿Qué órgano comprarías si tuvieras la oportunidad de sustituir cualquier parte de tu cuerpo? En cualquier caso, espero que no te dejes llevar por las ofertas. Si el relato te gustó, deja tu Like.
Nos leemos la próxima semana. Recuerda que si no te has suscrito, puedes usar el espacio que aparece abajo para dejar tu correo electrónico y recibir las novedades.
¡Hasta entonces!